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El 5 de diciembre pasado se realizó un homenaje a Alfonso Barrantes en la Casona de San Marcos, al conmemorarse el séptimo aniversario de su fallecimiento (ocurrido el 2 de diciembre de 2000). No tuve tiempo para hacer un comentario al respecto, lo hago ahora, más vale tarde que nunca.
Es evidente que Barrantes es la figura política más importante de la izquierda durante la década de los años ochenta, la década “de oro” de la izquierda peruana, cuando se convirtió en la segunda fuerza política del país. Este logro hubiera sido imposible sin él; la política en general, y la nuestra en particular, es muy personalista. Barrantes logró cambiarle la cara a la izquierda peruana de la década de los setenta, marcada hasta entonces por el estilo de líderes como Hugo Blanco, Genaro Ledesma o Jorge del Prado. La izquierda aparecía rabiosa, sin propuesta, agitadora, violenta, marxista-leninista, dogmática, atea, insurreccional. Barrantes apareció y sacó de cuadro a todos; tenía un estilo de tranquilo y cortés profesor provinciano, era católico, tenía chispa, sentido del humor, una gran capacidad de comunicación, hablaba sencillo, sin grandes rollos ideológicos, se presentaba como un hombre amable, accesible. Este personaje se convirtió en el gran referente político de la izquierda para la gente común (el “tío frejolito”), de allí su arrastre electoral y popularidad. Barrantes amplió la convocatoria de la izquierda más allá de sus bases organizadas tradicionales, llegó a otros sectores populares y a sectores medios. También fue una persona honesta y modesta, cuestión importante que se debe resaltar. Muchos recuerdan al final de sus días a Barrantes haciendo su cola en el seguro social. No se enriqueció haciendo política.
Para mí lo más importante, visto retrospectivamente, es que desde inicios de la década de los años ochenta Barrantes tuvo el acierto y el coraje de marcar una línea clara de deslinde con Sendero Luminoso (cuando el conjunto de la izquierda era tremendamente ambigua), y de proponer el diálogo con otras fuerzas y el acuerdo nacional para enfrentar los problemas y como medio de “acumulación de fuerzas” para la izquierda, en vez de una lógica de pura agitación y confrontación.
Yo tenía 15 años cuando Barrantes se convirtió en presidente de IU en 1980, y su figura fue decisiva para que desarrollara una identidad de izquierda, a pesar de que todo mi entorno familiar fuera contrario a ese camino. Tenía 18 cuando ganó la alcaldía, y estaba en el primer año de estudios universitarios. Al entrar a la facultad de ciencias sociales, en 1985, una de las primeras cosas que hice fue enrolarme como practicante en la Oficina de Participación Vecinal de la Municipalidad de Lima, en el proyecto especial Huaycán, con el que la facultad tenía algún tipo de convenio, a través de Isabel Yepes. Recuerdo que también estaba involucrado el Centro Ideas, a través de Marina Irigoyen.
En Huaycán los practicantes éramos pinches típicos, mi chamba era básicamente pegar afiches y publicitar las distintas campañas del municipio (de salud, básicamente), y ser mensajero de convocatorias de reuniones y comunicaciones entre la oficina de participación vecinal y los dirigentes de las distintas zonas. Nada muy emocionante, aparentemente, pero en realidad sí lo era para quienes lo hacíamos (especialmente para mí y mi pata Ricardo Caro), y hoy lo recuerdo como una experiencia fundamental en mi formación. En Huaycán trabajábamos con la arquitecta Silvia de los Ríos, quien hoy trabaja en CIDAP, y con Linda Zilbert, a quien le he perdido la pista.
Huaycán era un proyecto urbano diseñado por el arquitecto Eduardo Figari, con un planteamiento que buscaba promover la organización popular y la vida comunitaria: las puertas de las casas estaban dentro de las manzanas, como en quintas, y no daban a la calle; se privilegiaban los espacios comunitarios, antes que los de propietarios individuales. Ideas quiméricas: la gente no quería eso, y construyó al final a su modo, como puede verse hoy. Figari era militante de VR, si no me acuerdo mal... sí, Figari, quien años después diseñó Larcomar y hoy está en FORSUR con Favre, vueltas que da la vida. Como todos saben, Huaycán era también “zona roja”: más de una vez nos cruzamos con gente del MRTA y de SL volanteando por ahí, alguna vez vimos la figura de la hoz y el martillo ardiendo en los cerros por la noche. Pudimos conocer a muchos esforzados dirigentes populares de varios partidos, pudimos admirar la chamba de la gente para convertir un terreno lleno de rocas y arena en una ciudad, pudimos ver cómo se hacía política en una zona altamente conflictiva, asistiendo a asambleas y conversando con todo tipo de gente, zona que ya empezaba también a militarizarse (nos tocaron también batidas y regresos a Lima apurados antes del toque de queda). Sobre todo esto ver el informe de la CVR:
http://www.cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20V/SECCION%20TERCERA-Los%20Escenarios%20de%20la%20violencia%20(continuacion)/2.%20HISTORIAS%20REPRESENTATIVAS%20DE%20LA%20VIOLENCIA/2.13%20LA%20VIOLENCIA%20EN%20HUAYCAN.pdf
Bueno, pero yo estaba hablando sobre Barrantes. En Huaycán descubrí algo que mucha gente dentro de la izquierda sabe: Barrantes era un estorbo dentro de la municipalidad. Era una excelente cara pública, gracias a él se ganó la elección, pero era terrible dentro. En Huaycán y en Participación Vecinal descubrí, para mi sorpresa, que Barrantes frecuentemente boicoteaba actividades y programas del municipio por pura mezquindad política. Barrantes solía decir que él no iba a trabajar para Patria Roja o para el PUM o para cualquier otro grupo que "se aprovechaba de él", entonces saboteaba actividades de unas oficinas o el trabajo en algunos barrios, para no “beneficiar” a partidos que tenían “presencia” en esas zonas. En Huaycán me consta que no quiso estar en algunas inauguraciones de obras porque esas eran zonas “de Patria Roja”. Muchas personas que trabajaron en la Municipalidad saben que la gestión funcionó gracias al equipo encabezado por el Teniente Alcalde, Henry Pease, y a pesar de Barrantes. Las cosas funcionaban bien cuando Barrantes estaba de viaje (ocasión bastante frecuente, por lo demás), y se trababan cuando regresaba.
Así que mi experiencia en Huaycán me hizo rápidamente antibarrantista. Estos defectos de Barrantes se hicieron patentes también en las campañas de 1985 y por la reelección de 1986. Barrantes dejaba plantada a la gente en los mítines, no subía al estrado si es que en él había gente que no le caía, suspendía actividades de campaña para asistir a recepciones y cocteles... en otras palabras, Barrantes era un tipo mezquino, paranoico, frívolo, que le encantaba frecuentar actividades sociales oficiales, y que privilegiaba ello a la asistencia a mitines y encuentros populares. De esto mucha gente dentro de la izquierda ha comentado, solo que pocos lo han puesto por escrito. Por eso recomiendo leer Izquierda Unida y el Partido Comunista, de Guillermo Herrera (Lima, Termil, 2002, 823 p.), donde encontrarán muchas anécdotas al respecto y un interesante análisis de los problemas de la izquierda.
Por ejemplo, Herrera cita a Angel Delgado:
"... Yo estaba en la comisión de campaña [1986] y recuerdo cuando Barrantes no iba a los mítines, especialmente a las zonas populares, y tenía que ir yo a veces con Pease. La gente, incluso, al no ver a Barrantes nos silbaba. Había una desazón profunda y no era una sino varias veces; el momento más crítico fue en el mitin de cierre de campaña, al que amenazó con no ir. Nosotros habíamos programado un rol de oradores pero Alfonso exigió hablar solo, y en su discurso arrancó diciendo que él no le debía nada a nadie y que sólo sentía un compromiso con su pueblo. Más tarde responsabilizaría de la derrota a los partidos, acusándolos de haberlo dejado solo, de haberlo abandonado...
[el desapego de Alfonso con la campaña, que dejaba de ir a reuniones, mítines, y no se preparaba para las polémicas] el caso extremo ocurrió cuando vino la cantante Paloma San Basilio y Barrantes se la pasó días de días atendiéndola, dejando de lado los compromisos electorales" (p. 324-325).
"Me acuerdo una anécdota famosa que me contaba [Mario] Zolezzi, también regidor de Lima): una vez por falta de cupo en un vuelo o algo así, tuvieron que quedarse en Arequipa, y se suscita el siguiente diálogo:
- Entonces, ¿qué hacemos, Dr. Zolezzi? Dice Barrantes.
- Iremos al hotel, le responde Zolezzi.
- No, le dice Alfonso, voy a llamar a Alan.
Según la versión que recibí, Barrantes cogió un teléfono y llamó a palacio, pidiéndole a Alan García que le envíe un avión; cuenta Zolezzi que el presidente García les ofreció enviar el avión presidencial y que Barrantes le comentaba entre risueño e irónico: ése es el poder" (p. 326).
La paranoia de Barrantes respecto a compañeros que le serruchaban el piso era hábilmente alentada por Alan García. Al respecto ver por ejemplo de Jeff Daeschner, The War of the End of Democracy: Mario Vargas Llosa vs. Alberto Fujimori. Lima, Peru Reporting, 1993; y de Gregory Schmidt, “Fujimori's 1990 Upset Victory in Peru: Electoral Rules, Contingencies, and Adaptive Strategies” en: Comparative Politics, vol. 28, No. 3, Apr., 1996, p. 321-354.
Los problemas que generaba el tipo de conducción de Barrantes se expresaron después en la silbatina que recibió de la militancia en un mitin en la plaza San Martín en 1986, y su posterior renuncia a la presidencia de IU. Para la izquierda era necesario construir una dirección más institucional, menos caudillista. Para eso se convocó al I Congreso Nacional, que como sabemos fue un fracaso, porque marcó el inicio de la ruptura y la liquidación de la izquierda (entre paréntesis, en lo personal pasé de mi antibarrantismo a un distanciamiento de IU, para luego entusiasmarme con las posibilidades que abría el I Congreso, lo que me llevó a militar en IU como independiente, y apoyar a la Comisión organizadora del Congreso, presidida por Pease; trabajé en la Comisión de Formación Política con Narda Henríquez, pero esa es otra historia que debe ser contada en otro lugar, como diría Michael Ende. En todo caso, entré a militar muy tarde, porque la IU se destrozó poco después).
En la debacle de la izquierda Barrantes tuvo mucha responsabilidad, a mi juicio (no solamente él, ciertamente): apostó por cimentar su liderazgo por fuera de IU, en vez de luchar por ganarlo dentro. Por eso no participó en el Congreso, jugó a dividir a la izquierda, lo que logró al final, pero con consecuencias catastróficas: tan malas, que Pease, como candidato de IU, sacó más votos que él, el supuesto imán de votos, como candidato de Izquierda Socialista en 1990. Barrantes terminó su vida política en 1995 reviviendo como comedia la tragedia de 1990, con el sainete de su candidatura presidencial esta vez con IU, que terminó en su renuncia, al no llegarse a acuerdos para definir candidatos (qué novedad), candidatura que terminó asumiendo Agustín Haya (sí, el actual Jefe de la APCI, actual militante aprista), por la cual sacó el 0.6% de los votos.
¿Por qué hablo de esto? ¿No sería mejor callarse? Planteo estos temas porque cada vez me convenzo más de la importancia de las personas para dar cuenta de la política, y de qué manera las características de las personas afectan el desempeño público, por lo que no deberíamos pasar estas cosas por alto. Ahora bien, con esto no pretendo asumir una posición moralista, contraria al espíritu maquiaválico que anima este blog. Maquiavelo decía que:
“Dejando, pues, a un lado las fantasías, y preocupándonos sólo de las cosas reales, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por algunas de estas cualidades que les valen o censura o elogio. Uno es llamado pródigo, otro tacaño (y empleo un término toscano, porque «avaro», en nuestra lengua, es también el que tiende a enriquecerse por medio de la rapiña, mientras que llamamos «tacaño» al que se abstiene demasiado de gastar lo suyo); uno es considerado dadivoso, otra rapaz; uno cruel, otro clemente; uno traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime, otro decidido y animoso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno grave, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente.
Sé que no habría nadie que no opinase que sería cosa muy loable que, de entre todas las cualidades nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es posible poseer las todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le significarían la pérdida del Estado, y, si puede, aun de las que no se lo haría perder, pero si no puede no debe preocuparse gran cosa y mucho menos de incurrir en la infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado, porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad” (El Príncipe, Capítulo XV, De aquellas cosas por las cuales los hombres, especialmente los príncipes, son alabados o censurados).
Bernard de Mandeville habló también de cómo los vicios privados pueden convertirse en virtudes públicas.
De otro lado, siguiendo con este lado indulgente, exploro un argumento barrantista: ¿no será que lo que considero frivolidad en realidad es parte de esa estrategia de ampliar la convocatoria de la izquierda a sectores no convencionales? Lo que parece paranoia y mezquindad, ¿no son efectivos mecanismos de defensa frente a los reales conflictos internos de la izquierda, y las reales serruchadas de piso en contra de Barrantes? Las dudas e indecisiones de Barrantes, ¿no eran consecuencia de la conciencia de la precariedad de la izquierda, y de que prefería perder antes que encabezar un gobierno inviable?
Ok, puede ser. Sin embargo, las actitudes y defectos personales de Barrantes no fueron para nada positivos para el futuro de la izquierda, algo muy distinto al análisis que uno podría hacer de Alan García y el APRA, por ejemplo. Su paranoia y mezquindad no llevaron a fortalecer un ala socialdemocráta en la izquierda, sino a la liquidación de ésta en su conjunto; y su frivolidad llevó al final no a ampliar la convocatoria, sino a perder la propia sin ganar alguna otra. Finalmente, creo que a Barrantes le faltó el coraje necesario para asumir de manera decidida y consecuente un viraje socialdemócrata: Barrantes debió haber dedicado sus esfuerzos a construir un partido de ese carácter, deslindando claramente con los sectores más ultras de la izquierda, en vez de jugar ambiguamente a la unidad y socavarla al mismo tiempo. Así, el Perú habría marchado a finales de la década de los ochenta el camino que seguirían también después los socialistas chilenos, brasileños, uruguayos, etc. Y el Perú no destacaría por ser un país donde la izquierda no existe, en un continente en el que la izquierda está en alza. En suma, el caso de Barrantes es uno en el que los defectos personales se convirtieron en defectos políticos. Una lección para quienes hoy hacen esfuerzos de construcción partidaria. Me parece que es el caso de un líder que, ante circunstancias que requerían grandes respuestas, simplemente no dio la talla. Funcionó mejor en circunstancias menos apremiantes, pero no en las de finales de la década de los años ochenta.
Son temas polémicos, ciertamente. Pero me parece necesario plantear estos debates.