viernes, 9 de febrero de 2007

Racismo, exclusión, marginalidad y CVR


(...)

Un segundo tema que me parece muy importante plantear a partir de la evaluación del papel de los partidos durante los años del conflicto armado interno es un tema muy de fondo que plantea el informe de la CVR: cómo fue posible que se desarrollara en el país un conflicto tan grave y cruento, y por qué ni los partidos ni la sociedad civil en su conjunto actuaron de maneras más decididas y adecuadas; y qué agenda y tareas para el futuro se desprende de ello, especialmente para los partidos. En la medida en que éstos son los llamados a representar los intereses de la sociedad, expresar sus necesidades y demandas, ¿por qué no lo hicieron propiamente durante los años del conflicto armado interno? ¿Qué lecciones deja esto para los partidos hoy, que buscan reencontrarse con la población y adecuarse a la nueva ley de partidos y diversos cambios institucionales en marcha?

Según el informe de la CVR, la magnitud, duración y dinámica del conflicto expresaría algo muy profundo de la naturaleza del país, que va más allá de las relaciones entre civiles y militares, o de las debilidades institucionales del régimen democrático. Expresaría sus fracturas fundamentales[1]. ¿Cuáles serían éstas y cómo analizarlas? Creo que el informe final de la CVR muestra una cierta ambigüedad entre lo que llamaría el énfasis en la exclusión y el énfasis en la marginalidad. La diferencia no es solamente una exquisitez académica. Hablar de exclusión supone hablar de un orden compartido donde hay privilegiados y excluidos, donde unos se imponen a otros, y la tarea es romper con las barreras que impiden el acceso de los subordinados a ese orden. Las tareas que derivan de este diagnóstico pasarían por el reconocimiento de derechos, la apertura de espacios de participación, por ejemplo. Hablar de marginalidad es algo totalmente diferente. Acá el problema es precisamente que no existe un orden compartido, más precisamente que en el Perú hay un orden básico, que a mi juicio es el de una modernidad y una democracia precarias, pero modernas y democráticas al final; y el drama es que hay bolsones de población significativos que han quedado desconectados de ese Perú; a esa población, el reconocimiento de derechos o los espacios participativos simplemente no los afecta ni concierne. En este caso, de un lado hay indiferencia, y del otro, ausencia de “voz”, escasas capacidades de acción colectiva y movilización, con lo que terminan siendo sistemáticamente desatendidos. Llegar a estos sectores implica iniciativas específicamente dirigidas a esos sectores, que requieren de una gran voluntad política de las élites, porque, precisamente por su marginalidad, no cuentan en los cálculos políticos[2].

Veamos esto con más detalle, empezando por la lectura de la exclusión. Véase por ejemplo el acápite 2, “Violencia y desigualdad racial y étnica”, del capítulo 2, “El impacto diferenciado de la violencia”, dentro del tomo VIII, que está a su vez dentro de la segunda parte del informe final (“Los factores que hicieron posible la violencia”). En ese acápite se desarrolla el argumento de la indiferencia y del racismo, y se señala que:

“Aunque el conflicto se desató en Ayacucho desde mayo de 1980, diversos sectores del país fueron prácticamente indiferentes a la tragedia, hasta que la violencia alcanzó también a quienes eran considerados como ciudadanos de pleno derecho. Dos hechos resultan paradigmáticos al respecto: la masacre de ocho periodistas en la comunidad de Uchuraccay el 26 de enero de 1983 y la explosión de un coche bomba en la calle Tarata del distrito limeño de Miraflores el 16 de julio de 1992. Sólo cuando ocurrieron estos sucesos, muchos peruanos sintieron que la violencia también les afectaba. No ocurrió esto en los procesos de violencia ocurridos en Argentina, Chile y Uruguay, donde sí existe una memoria pública influyente sobre lo ocurrido, aunque el número de víctimas fue menor que en el Perú. Esta comparación revela una de las dimensiones complejas de la violencia peruana: la distinta valoración de las víctimas. Debido al racismo y la subestimación como ciudadanos de aquellas personas de origen indígena, rural y pobre, la muerte de miles de quechuahablantes fue inadvertida por la opinión pública nacional” (íbid., p. 90).

Este tipo de aproximación está presente en varias partes del informe final, ver por ejemplo el prólogo de Salomón Lerner al mismo, entre muchos otros pasajes. En el debate público, se suele apelar también al argumento de la indiferencia y del racismo para resaltar el desconcertante hecho de que la CVR haya estimado en cerca de 70,000 el número de víctimas del conflicto armado interno, casi el triple de la cifra de 25,000 que se manejaba hasta entonces. ¿Cómo tantas muertes pudieron pasar desapercibidas? La respuesta sería por la indiferencia de la opinión pública en las ciudades y de las élites políticas y sociales frente a lo que pasaba en el campo, y sería muestra de que el país estaría marcado por la exclusión y subordinación de esos sectores[3].

Sin embargo, el informe también permite otra lectura, a mi juicio más adecuada, y pone retos, me temo, más difíciles hacia delante; esta sería la lectura de la marginalidad. En esta línea, el país en 1980 daba un paso decisivo en un proceso que provenía de décadas atrás, signado por mayor integración, democratización social y modernización, por medio de la instalación de un régimen democrático plenamente incluyente. Y el conflicto iniciado por Sendero iba a contracorriente de los procesos más importantes que vivía el país, y se asentó allí donde esos procesos eran inacabados o inexistentes. Según el informe de la CVR[4], el conflicto fue más acentuado en las zonas de “procesos de modernización inacabados”, específicamente el nororiente, donde el tema del narcotráfico es central, la selva central (afectando fundamentalmente a los asháninkas y colonos), algunos centros en las ciudades, pero fundamentalmente en las “sociedades rurales de alta conflictividad”:

“no todo el ámbito rural fue receptivo a la prédica y a las acciones de los grupos alzados en armas. Las sociedades rurales con campesinos beneficiarios de la reforma agraria (los valles de la costa peruana, la zona norte de Cajamarca, el Valle Sagrado en Cusco) o espacios comunales con recursos y alta integración al mercado (el valle del Mantaro, por ejemplo), tendieron a mantenerse al margen de la violencia” (tomo I, sección primera, “Exposición general del proceso”, capítulo 2, “El despliegue regional”, p. 79).

Por el contrario, la violencia fue más intensa cuando involucró conflictos entre comunidades y empresas asociativas, o cuando se trató de conflictos “privatizados”, e internos al mundo comunal, en contextos de extrema pobreza rural:

“Estos eran […] contextos rurales muy pobres con mayoría de población quechuahablante y analfabeta, por lo cual nunca habían estado integrados a través del voto en los procesos electorales. Eran zonas mal comunicadas con los mercados, inmersas en sus propios problemas [subrayado mío], desestabilizadas por antiguos conflictos de linderos o por el acceso diferenciados a tierras y sometidas a situaciones de abuso de poder o del ejercicio ilegitimo del poder” (íbid., p. 81).

¿De qué situaciones de abuso hablamos?:

“Diversas situaciones de conflicto y descontento fueron la puerta de entrada del PCP-SL. Casos de antiguos conflictos entre anexos y capitales de distrito, que monopolizaban el poder local y eran sedes de pobladores con más recursos, suscitaron ataques y asesinatos (juicios populares) que tuvieron la adhesión de los más pobres (los anexos). [En otros casos] la poca aceptación de los comuneros del discurso y la práctica del ‘nuevo poder’ llevó a un conflicto más bien generacional de enorme violencia: el de jóvenes con mayor educación, pero aún sin acceso a recursos, radicalizados por la prédica del PCP-SL, contra los adultos (sus padres) reaccionarios” (ibidem, p. 82).

Pocos han reparado a mi juicio en el hecho de que una parte significativa (aunque difícilmente cuantificable) de las muertes registradas por la CVR, si bien se dan en el contexto de la guerra, no se dan estrictamente por la intervención del senderismo o las FF.AA., y no responden al esquema de una población inerme “entre dos fuegos”. Estas muertes se dan porque la población o sectores de ella aprovecha la presencia de actores armados para “ajustar cuentas” y resolver por medios violentos (en ocasiones excesivamente sanguinarios) conflictos al interior de las comunidades o entre éstas. Así, encontramos casos de acusaciones de “soplonaje” ante el senderismo o acusaciones de colaboración con los “terrucos” ante el ejército, para propiciar represalias. Se trata de conflictos de distinto tipo: disputas por propiedad de tierras, linderos, acceso a pastos o aguas, que se exacerban por la ausencia de instituciones capaces de administrar justicia[5]. En informe de la CVR presenta casos de varios tipos: algunos de ellos en efecto presentan a una población atrapada entre dos fuegos, pero en otros la población aparece tomando iniciativas y aprovechando la situación de la guerra para dirimir conflictos inter e intra comunales.

“De esta manera, a mediados de los años ochenta, cada vez más campesinos se ven involucrados en la guerra. La noción de un campesinado atrapado entre dos fuegos se ajusta cada vez menos a la realidad. Ahora son actores de la guerra y la guerra campesina contra el Estado que había propagado el PCP-SL concluyó, en muchos casos, en enfrentamientos entre los mismos campesinos [subrayado mío]”[6].

Estas muertes suelen ser atribuidas mayormente a Sendero, lo que, si bien es correcto, no deja ver que detrás de la acción de comisarios políticos, de la “fuerza principal” senderista se encontraba “la fuerza local” y la “fuerza de base”, “conformada en su totalidad por los habitantes de los poblados en donde había incursionado Sendero Luminoso y eran captados […] constituían la reserva de la Fuerza Local y de la Fuerza Principal. En general, no contaban con armas de fuego, sino con otras elementales, lanzas, machetes, etc. Servían básicamente para tareas de vigilancia, almacenamiento, etc. Y acompañaban a las FP o FL cuando hacían incursiones en otras comunidades a las que había que dominar” [subrayado mío] (tomo II, sección segunda, “Los actores del conflicto”, capítulo 1, “Los actores armados”,apartado 1, “El Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso”, p. 98). Kimberly Theindon (2004) llama la atención de cómo la participación de las comunidades en incursiones de sendero hoy trata de ser ocultada, y cómo los campesinos se presentan ahora como víctimas y no como victimarios:

“En el centro-sur (…) Las comunidades fueron tildadas de ´zonas rojas´ y, dado el resultado del conflicto armado, esta historia confiere un estigma vigente hasta hoy (…) Además, si bien satanizar al PCP-SL es socialmente aceptado, hay mucho menos espacio discursivo para hablar de por qué se apoyó a Sendero. Hay un contrato ´Faustiano´ aquí: los campesinos centro-sureños pueden ejercer influencia hoy si retrospectivamente adoptan el papel de víctimas durante el conflicto armado interno. Cuanto menos se presenten como protagonistas en ese entonces, más persuasivos serán sus reclamos frente al Estado ahora. Así, la gran mayoría de los miembros de estas comunidades intenta construir sus narrativas a una notable distancia de cualquier simpatía por Sendero” (p. Theidon, 2004, p. 232).

El punto que quiero enfatizar es que estamos hablando de zonas rurales pobres, mal comunicadas, “inmersas en sus propios problemas”, aisladas, envueltas en conflictos entre padres e hijos en las comunidades, o entre caseríos y anexos y capitales de distrito, es decir, conflictos privatizados, usando el término que emplea la CVR, en donde tenemos una suerte de orden pre-hobbesiano; situación acentuada por la dinámica de un conflicto en el que la ausencia de un Estado de derecho, de una autoridad legal legítima, y por supuesto sin partidos o gremios y organizaciones sociales consolidados, llevó a que se terminara instaurando una suerte de “estado de naturaleza” en el que afloraron diversos conflictos locales con un alto grado de violencia. Así por ejemplo, cuando la CVR analiza “La violencia en las comunidades de Lucanamarca, Sancos y Sacsamarca”, señala:

“… el ´nuevo Estado´ que el PCP-SL ofrecía se construía en una realidad cultural y política compleja, que haría de la violencia un vaso de agua rebalsado por pequeños conflictos locales. Así, lo que en un primer momento significó orden, terminó convirtiéndose en un escenario teñido por pequeños conflictos locales y familiares que exacerbaron los conflictos previos. La transformación del comportamiento en el contexto del conflicto armado interno muestra cómo los campesinos alteraron sus valores a tal punto que, en ciertas circunstancias, fueron capaces de llegar a matar a sus vecinos y familiares” (p. 68)[7].

Siendo las cosas así, algunos fenómenos pueden mirarse de maneras diferentes. Por el ejemplo, cómo fue posible que si el número estimado de víctimas por la CVR es de 70,000 sólo hayamos tenido registro de unos 25,000, por obra de instituciones defensoras de los derechos humanos y de la Defensoría del Pueblo. Si muchas de las muertes son producto de esos conflictos privatizados, no tenía sentido denunciarlos ante autoridades u organismos de derechos humanos. Más bien, la lógica es encubrirlos; detrás de la enorme diferencia de números no habría habido indiferencia o racismo por parte de las instituciones del Estado, sino una lógica de ocultamiento de conflictos locales por parte de los propios protagonistas. Esto ayuda a entender también el escaso entusiasmo con el informe de la CVR entre las propias víctimas del conflicto armado interno, en las zonas más afectadas por éste, más allá de algunas organizaciones de familiares de desaparecidos y de organizaciones de defensa de los derechos humanos.

Esto nos permite también reexaminar la discusión sobre la supuesta “indiferencia” de la sociedad peruana ante las muertes que ocurrían en el campo, y el supuesto racismo que expresaría. Se dice que los habitantes en los centros urbanos sólo reaccionaron en el momento final del conflicto, y que ellos sería expresión de racismo. La relación entre una cosa y la otra no es para nada evidente. En realidad, es totalmente lógico que los habitantes de las ciudades se preocuparan más por la violencia cuando la tuvieron cerca, que cuando la tenían lejos, en el campo. Los datos que proporciona la CVR muestran precisamente que sólo en los últimos años del conflicto la violencia se intensificó en las ciudades: el número de atentados y muertos en la ciudades, alcanzó su punto más alto entre 1988 y 1993, especialmente entre 1991 y 1993. ¿No es un comportamiento más bien lógico y esperable el de los habitantes de las ciudades[8]?

Considero que el argumento que enfatiza el tema de la indiferencia y el racismo para dar cuenta la dinámica del conflicto es atractivo por ser políticamente correcto, aunque en realidad no sea el más adecuado. Esto no significa por supuesto negar que el racismo sea un problema en el Perú, y que haya intervenido en otros aspectos de los temas estudiados por la CVR. Pienso que el problema del racismo es en sí mismo lo suficientemente serio como para, además, magnificarlo innecesariamente[9]. Esto permite mirar también de otra manera la actuación de las élites políticas y partidarias y la magnitud de los desafíos por delante.

Considero que, en realidad, la mayor parte del país, y por supuesto nuestra élite política, era parte de los desordenados procesos de modernización y democratización social que venían de décadas atrás, lo que Matos Mar llamó el “desborde del Perú informal” (1984); en la década de los años ochenta, tres grandes proyectos políticos (derecha, APRA, izquierda), herederos a su vez de las tres grandes tradiciones políticas modernas del país (el social cristianismo, el aprismo y el socialismo) se disputaban el rumbo del país; la intensidad de esa disputa política hizo que los partidos desatendieron el drama de la violencia, porque afectaba sectores desenganchados de los procesos políticos y sociales fundamentales que vivía el país[10]. Esto se expresó, por ejemplo, que para predecir la aprobación a la gestión de los presidentes en la década de los años ochenta mucho más importante era el desempeño de la economía y el control de la inflación, que la dinámica de la violencia, expresada en número de atentados o número de víctimas[11].


[1] Ver en el tomo VIII, el capítulo 1, “Explicando el conflicto armado interno”, p. 23-45, dentro de la segunda parte del informe final, “Los factores que hicieron posible la violencia”.
[2] Presenté de manera preliminar estas ideas en Tanaka, 2004. Esta discusión me parece uno de los temas fundamentales que ha puesto sobre la mesa el informe de la CVR, y no ha sido tomando en cuenta, obviamente, por los detractores del mismo, pero tampoco por quienes lo respaldan. En general, tengo la impresión de que el informe, lamentablemente ha sido poco leído, tanto por los que lo critican como por aquellos que lo respaldan, siendo que cada cual lo evalúa desde sus propios prejuicios y prenociones.
[3] Este tipo de lecturas van en sintonía con planteamientos de intelectuales como Flores Galindo (1896) o Manrique (1986) en la década de los años ochenta.
[4] Ver especialmente en el tomo I, el capítulo 2, “El despliege regional”, dentro de la sección primera, “Exposición general del proceso”; y también en el tomo IV, el capítulo 1, “La violencia en las regiones”, de la sección tercera, “Los escenarios de la violencia”.
[5] Mucho de esto se encuentra en el examen de varios de los acápites del capítulo 2, “Los casos investigados por la CVR”, dentro del Tomo VII, parte de la sección cuarta, “Los crímenes y violaciones de los derechos humanos”.
[6] Ver acápite 5, “Los comités del autodefensa”, dentro del capítulo 1, “Los actores armados”, dentro del tomo II, p. 290.
[7] Ver “La violencia en las comunidades de Lucanamarca, Sancos y Sacsamarca” (apartado 2); también “Los casos de Chungui y de Oreja de Perro” (apartado 3), y “El caso Uchuraccay” (apartado 4), todos del capítulo 2, “Historias representativas de la violencia”, en el tomo V; ver también “La batalla de Puno, ya citado. En todos estos casos se llama la atención de cómo se entrecruzó la dinámica del conflicto armado con conflictos locales. En varios trabajos Kimberly Theidon ha mostrado este ángulo del conflicto, cómo se trató de una violencia “entre prójimos”. Ver Theidon, 2004 y 2000.
[8] Ver en el tomo I, el capítulo 2, “El despliege regional”, dentro de la sección primera, “Exposición general del proceso”; y el Tomo IV, que comprende el capítulo 1, “La violencia en las regiones”, de la sección tercera, “Los escenarios de la violencia”, especialmente las partes dedicadas a Lima y las zonas urbanas.
[9] Sobre el racismo ver el acápite “Violencia y desigualdad racial y étnica”, del capítulo 2, “El impacto diferenciado de la violencia”, dentro del tomo VIII, a su vez dentro de la segunda parte del informe final, “Los factores que hicieron posible la violencia”.
[10] Ver Tanaka, 2005. Una visión crítica puede verse en Pajuelo, 2004.
[11] Sobre el punto ver Carrión, 1992.

viernes, 2 de febrero de 2007

Así se trabaja en google...

¿cuánto se parece tu ambiente de trabajo? ¿Cuánto se promueve la creatividad? Tomado de El País, del 21 de enero.


Estos hombres y mujeres gestionan la maquinaria que atiende unos 1.000 millones de consultas diarias. Entramos en Googleplex, el cerebro desde el que se gestiona el buscador más influyente de Internet. Un enorme centro de poder que factura en torno a 10.000 millones de dólares anuales y donde no hay horarios, los empleados van en patinete y el secretismo es la norma.

¿Qué hay dentro de la mente de un googler?, pregunta uno de los ingenieros de la compañía. Sus compañeros empiezan a responder: Ilusión. Sorpresa. Cambio. Indiferencia. Un plan B. Más ilusión. Las opiniones aparecen pintarrajeadas en un tablero de ideas; así es como llaman internamente a las decenas de pizarras que hay por todo Googleplex, la sede central de Google, en plena California. Las pizarras reflejan las ideas, ilusiones, bromas e inquietudes de 3.000 cerebros que están detrás del creciente éxito e influencia de la compañía más importante de Internet.

Son los ingenieros informáticos más brillantes del mundo. Son también los que más dinero ganan, los que mejor comen, los que más se divierten y los que más fácilmente pueden dedicarse a explorar sus propios intereses dentro de su tiempo de trabajo. Pero son también los que más han tardado en conseguir su empleo (han tenido que pasar hasta ocho entrevistas) y los que más sufren la presión de tener que innovar a cada minuto. Google no parece querer ostentar cada día el récord mundial en lanzamiento de productos, así que trabajar aquí exige tener el cerebro en marcha en todo momento, incluido ese que uno aprovecha para aislarse hasta de los propios pensamientos. En los aseos de Google hay ejercicios matemáticos colgados de las puertas. Ni siquiera entonces los ingenieros de Google dejan de pensar.

Atraemos a mucha gente inteligente, confirma Eric Schmidt, el presidente de la compañía. Google, explica, contrata a unas cien personas a la semana; la única manera de alimentar la maquinaria de una compañía que, según Deloitte, es la que más rápido ha crecido en la historia: sus ingresos han aumentado un 437% en cinco años: desde los apenas 200.000 dólares que facturaba en 1999 hasta los más de 961 millones de 2003. Dan Farber, editor de la prestigiosa publicación tecnológica Cnet, explica: Google experimenta una fase de hipercrecimiento. Es la evolución natural de una empresa que tiene un éxito constante, el liderazgo en el mercado más dinámico del mundo [Internet] y la confianza interna, la absoluta creencia, de que puede tener éxito en todo lo que intente.

Google trabaja en 112 países, pero el corazón de todo su negocio o mejor, su cerebro está en Mountain View, en pleno Silicon Valley, la meca tecnológica mundial. Googleplex no es una ciudad, ni siquiera un parque tecnológico. Es un conjunto de edificios situados a cierta distancia, que los googlers recorren a pie, en bicicleta o en patinete. El campus está a una hora en tren de San Francisco, y a un tiempo indefinido en coche, así que, para que sus empleados aprovechen productivamente los atascos, Google ha puesto a su disposición varios autobuses gratuitos que realizan diariamente el recorrido entre la ciudad y la empresa. En los autobuses hay acceso inalámbrico a Internet. Los ingenieros pueden de ese modo usar sus ordenadores portátiles para trabajar mientras se desplazan al trabajo o vuelven a sus hogares. Ya no pueden perder el tiempo ni en los baños ni en los atascos.

Tampoco en las cafeterías. Dicen que Google sirve las mejores comidas de todo Silicon Valley, cortesía de su primer cocinero, Charlie Ayers, antiguo chef de Grateful Dead. Según explica Ayers en el libro Google, de David A. Vise, los fundadores de la compañía, Larry Page y Sergey Brin, querían que sus trabajadores fueran productivos y no perdieran tiempo al salir de la empresa para comer, así que le pidieron que las comidas fueran sanas, variadas y sabrosas. Lo son. Hay una cocina en cada planta de cada edificio, con bebidas, fruta fresca y tentempiés. Todo gratis. Y hay 11 cafeterías, entre ellas una de comida orgánica, donde todo lo que se consume ha sido cultivado allí. Es parte de su declaración culinaria de intenciones, que luce en las paredes: la comida será fresca, se usarán distribuidores locales, y se animará la creatividad de los cocineros.

Google tiene también una declaración de intenciones: organizar la información, y hacer que sea accesible desde cualquier lugar. Puede parecer simple y hasta naif, pero la frase resume toda la estrategia de este buscador, el primero de la Red, que atiende unos mil millones de peticiones al día. Es la idea que llevó a dos jóvenes universitarios a montar un buscador de Internet que funcionara de verdad.

Louis Monier, creador del buscador Altavista, el líder hasta que apareció Google, trabaja para su antigua rival. Y explica: Buscar es una actividad central en Internet, está en su mismo origen. Pero buscar es un término muy simple para describir una actividad muy complicada. Pongamos que un internauta introduce la palabra Saturno en su buscador. Espera que sepa discernir si se habla de un planeta o una marca de coches, si busca comprar o vender, quiere documentos o imágenes. Antes de Google, además, los buscadores se limitaban a organizar los resultados por el número de apariciones de la palabra en una página, y no por la importancia de ésta.

Los fundadores de Google investigaron cómo convertir la relevancia de una web en un algoritmo matemático. Volviendo al ejemplo, si uno busca datos sobre el coche Saturno, lo más probable es que quiera, en primer lugar, información oficial de la compañía, y no las miles de páginas que mencionan el planeta. Brin y Page decidieron que la mejor manera de determinar si una página era relevante para una búsqueda era premiar el número de veces que era enlazada por otra. Es probable, seguía el razonamiento, que las críticas o artículos que hablan del Saturno contengan enlaces a la página principal de la compañía, así que ésa es la más importante para el usuario. Fue la primera vez que un buscador introducía relevancia social además de conceptos tecnológicos.

Brin y Page convirtieron su idea en la patente 6.285.999 y, como fanáticos de las matemáticas, dedicaron su nombre al número que representa un 1 seguido por 100 ceros, aunque lo deletrearon mal, es googol en vez de google. Cuando se dieron cuenta, ya era tarde. La idea era un éxito total. El buscador funcionaba a la perfección, y la página era blanca, limpia, clara. Se cargaba a toda velocidad, en unos tiempos en que Internet andaba en taca-taca. Prescindía de publicidad (sólo después decidió insertar anuncios, siempre separados de la información) y funcionaba muy bien. Era una idea de ingenieros hecha para ingenieros cuyo secreto es que era tan simple y potente que los propios ingenieros empezaron a recomendárselo a sus madres. Miguel Cuesta, que edita desde hace cuatro años un blog dedicado por entero a Google (http://google.dirson.com), explica: No fue necesario ni un centavo para darlo a conocer. El boca a boca de los usuarios fue la única herramienta de marketing y la principal garantía de su éxito. Ese éxito se ha traducido en 380 millones de usuarios al mes, 9.000 millones de dólares en ventas y un valor en Bolsa de 145.000 millones.

Google gana su dinero gracias a los anunciantes que compran palabras en el buscador. Así, por ejemplo, si un internauta introduce la palabra coche en Google, verá los enlaces patrocinados. Las empresas que se anuncian allí han pujado por esa palabra, lo que significa que el precio de cada una de ellas es variable.

Lista de las cosas que le gusta hacer a un ingeniero, escribe otro informático anónimo en uno de los tableros de ideas del campus. Comer. Quejarse. Hacer listas. Desear echarse novio o novia. Mandar correos electrónicos. Dormir. En un sofá, en el trabajo, añade otro. En Google se trabaja mucho, nadie lo oculta. Pero también, explican, se trabaja de forma diferente. El presidente, Schmidt, cree que la compañía tiende de forma natural al caos. En el día a día no estás muy seguro de lo que sucede. Este proyecto quizá se lance, este otro quizá esté en problemas, este otro es una nueva idea. Cada día miramos qué funciona y qué no. En un día cualquiera de diciembre, por ejemplo, Schmidt y su equipo han revisado los sistemas que utilizan en los centros de datos, los acuerdos en publicidad, y el funcionamiento de la niña bonita, Youtube, que acaba de ser adquirida por unos 1.600 millones de dólares. Al final estamos todos cansados, nos vamos a dormir y, al día siguiente, hacemos lo mismo, pero es completamente diferente. Si quieres trabajar en algo creativo, porque sientes que tus ideas se escuchan.

Los ingenieros confirman que ésta es una compañía distinta. Marissa Mayer, la vicepresidenta, lo explica dibujando un triángulo. Cuenta que la organización de la mayor parte de las empresas modernas procede del mundo industrial, de las líneas de ensamblaje, donde alguien siempre supervisaba el trabajo de otro. Es una organización piramidal, donde cada empleado realiza un trabajo individual que es supervisado por otro trabajador, que a su vez es supervisado por un gerente y así hasta llegar al presidente. Google, asegura, funciona más bien como una red, donde los equipos, las responsabilidades y los papeles de cada trabajador fluyen y cambian sin parar. La jerarquía aquí es completamente plana, asegura Hugo Fierro, un ingeniero español de 24 años que trabaja en la sede de la compañía en Nueva York. Tienes acceso a todo el mundo, incluidos los fundadores.

La forma en la que Google intenta fluir se llama regla del 70-20-10. Ésta es la manera en la que los empleados distribuyen su tiempo de trabajo. El 70% deben dedicarlo al negocio principal, es decir, las búsquedas, Google aún debe el 99% de sus ventas a los anuncios insertados en su buscador. Es lo que Marissa Mayer llama el problema del donut: el agujero que hay en medio del bollo es el que determina que el donut sea lo que es. El agujero, en el caso de Google, es el buscador.

En la búsqueda de los nuevos productos revolucionarios con los que Google alimenta continuamente el mercado, los ingenieros pueden dedicar el 20% de su tiempo. Investigan servicios no directamente relacionados con el buscador. Así surgió, por ejemplo, Google News, que localiza noticias entre medios de comunicación del mundo, o Gmail, el correo electrónico. El 10% restante del tiempo puede usarse en desarrollar cualquier idea, por muy extraña, extravagante o absurda que parezca. Como, por ejemplo, construir el esqueleto de un Tiranosaurius rex en uno de los jardines del campus.

Con este reparto del tiempo, Google quiere fomentar la creatividad de sus ingenieros. Los informáticos son gente especial. Por regla general, pueden olvidarse de comer, de dormir o de buscarse novia si el trabajo les satisface. Pero muchas empresas de Silicon Valley han sido creadas por ingenieros frustrados por un trabajo poco innovador, y que además estaban forrados de opciones para comprar acciones (las famosas stock options). El valor en Bolsa de Google ha llegado a los 500 dólares por acción, así que sólo queda compensar a sus empleados para que desarrollen esas ideas brillantes, pero dentro de Google.

A los trabajadores no les gusta contar cuánto ganan, aunque confiesan que están bien pagados, y tampoco quieren hablar de los billares, los masajes, las pelotas gigantes, los juguetes de lego, los patinetes para recorrer los pasillos o las lámparas de lava que adornan las mesas. Nos hace parecer idiotas, confiesa uno de ellos. Lo cierto es que toda la empresa parece un gigantesco y comodísimo hogar, con sofás en cada esquina, comida y bebida en cada mesa, y hasta perros y fiestas. No hay horarios de trabajo, cada cual viene y va cuando se le antoja. Pueden vestir como les parezca, incluso en pijama o bermudas. Y todos los viernes se celebra el llamado TGIF o thank god it´s Friday (gracias a Dios es viernes), y toda la empresa, incluidos los fundadores, se reúnen para cantar o comer. Google es flexible y generosa con sus cerebros. Pero también exigente.

No se contrata a cualquiera, para empezar. Un ingeniero con años de experiencia puede ser descartado porque sus notas de la universidad no son muy brillantes. Además, el riguroso proceso de selección incluye media docena de entrevistas personales y complejos cuestionarios para demostrar que, además de los más brillantes, son sociables, pueden trabajar en grupo y tienen intereses lejos del ordenador. El libro Google recoge una de esas pruebas, en la que se preguntaban cosas como: En una retícula infinita, bidimensional, rectangular, de resistencias de un ohmio, ¿cuál es la resistencia entre dos nodos que están a un movimiento de caballo?. O ésta: Son las dos de una soleada tarde de domingo en la bahía de San Francisco. Usted está a minutos del mar, de los circuitos de senderismo por los bosques de secuoyas y de atracciones culturales de primera. ¿Qué haría?.

El trabajo en Google es duro. Uno de los principios de la compañía incluye ofrecer al usuario, siempre, más de lo que espera. Pensar a lo grande. Google no acepta ser el mejor como meta final, sino como punto de partida, dice la compañía. Es la innovación hasta la paranoia. En algunas ocasiones, recuerda Miguel Cuesta, los fundadores han explicado que, en cualquier momento, un par de chavales pueden crear en un garaje, como hicieron ellos mismos, una herramienta parecida o mejor que les pueda hacer sombra. En Google, las pesadillas no las protagoniza Bill Gates, sino un par de estudiantes con un portátil.

Google crece sin parar. Realiza búsquedas sobre 8.000 millones de webs y más de 800 millones de imágenes. El año pasado, sus ventas crecieron un 70%, y su plantilla, un 18%. Y ya no sólo es una de las marcas más reconocidas del mundo (junto con Coca-Cola y Apple), sino que su nombre también aparece en el diccionario Webster como sinónimo de buscar. Pero los empleados creen que la compañía aún mantiene un espíritu modesto. Esta empresa es ya lo suficientemente grande para influir en la sociedad, pero aún se siente pequeña por dentro, opina Deep Nishar, encargado de desarrollar el negocio de Google en los móviles. ¿Cómo de grande, cómo de pequeña? Lo cierto es que, para ser una empresa tan enamorada de los números, Google tiene alergia a desvelarlos. Al visitar Mountain View hay que hacerlo acompañado de un miembro del equipo de relaciones públicas, que señala lo que se puede fotografiar y saber. ¿Cuántos empleados trabajan en Mountain View? No podemos decirlo. ¿Cuántos edificios hay aquí? Decenas. ¿Cuántos empleados hay en total en la compañía? Unos 10.000. ¿Cuánto factura Google en los móviles? No desvelamos esas cifras. ¿Cuánta gente trabaja en el buscador? No desvelamos esas cifras. ¿Y en España? No desvelamos esas cifras.

El secretismo de Google es otra de sus señas de identidad, y los ingenieros comulgan con este principio hasta el punto de negarse a desvelar en qué trabajan. La compañía asegura que ésta es sólo una manera de no dar pistas a sus competidores y que, al fin, y al cabo, es una empresa diferente. Por eso salió a Bolsa asegurando que su objetivo de negocio es no ser malvada. O decidió citar en el folleto bursátil a Larry y Sergey, sin apellidos, lo que le valió una amonestación por parte del supervisor bursátil. The Economist publicaba el pasado mayo un artículo muy largo y muy crítico con Google. En él describía su manera de contratar ingenieros, que incluye publicar carteles con acertijos matemáticos en las carreteras de Silicon Valley. La revista hablaba del presuntuoso humor de Google, sus obsesiones matemáticas y su arrogante creencia de que es el hogar natural de los genios. Google quiere ser diferente del resto de las compañías, confirma Miguel Cuesta. Salir a Bolsa con un sistema de pujas al margen de los grandes bancos o contratar ingenieros poniendo acertijos en vallas sintoniza con el público más influyente de Internet: jóvenes tecnologizados que aconsejan a sus familiares y amigos sobre qué herramientas hay que utilizar.

Pero Google sabe que su tamaño e influencia crecen al ritmo que el temor a que abuse de ellos. Y ése es su principal talón de Aquiles, según Cuesta. Su decisión de desembarcar en China aceptando la censura gubernamental, o su manejo de los datos privados de los usuarios, han suscitado quejas y críticas nunca escuchadas en sus escasos ocho años de vida. Google sabe que corre el peligro de que el público deje de verla como el amigo que ayuda a buscar y entienda el riesgo de que exista una sola empresa que pretende poner en orden toda la información mundial, dice Cuesta. Según Dan Farber, a día de hoy, Google no manifiesta un deseo para extender su poder y controlar el ciberespacio, pero está llegando a una posición donde podría abusar de ese poder.

¿Cuál es el plan maestro de Google?, se pregunta un ingeniero en otro de los tablones de ideas. La compañía está obsesionada por que sus ingenieros se afanen en hacer accesible toda la información; artículos periodísticos, libros, fotografías, películas, series y programas de radio. Siguiendo con el ejemplo del Saturno, y según explican los informáticos, en un futuro las búsquedas incluirán páginas, documentos e imágenes del coche en la misma página. Y serán completamente personalizadas, así que el buscador sabrá cuándo nos interesa, en realidad, saber algo sobre el planeta. Claro que, para ello, habrá que confiar a Google muchos más datos de los que maneja ahora. Y si confiamos en esa frase de Voltaire que asegura que a una persona se la conoce más por sus preguntas que por sus respuestas, Google ha descifrado el enigma insondable de los negocios y de la propia cultura humana, dice John Batelle, autor de Buscar. Analizando los miles de millones de búsquedas que recibe cada día, dice, ésta es la compañía que sabe qué es lo que quiere el mundo. Para los googlers que han escrito en la pizarra, el plan maestro de la compañía para dominar el mundo es aún más aterrador: Contratar a Bill Gates, y después despedirle. Después, contratar a Donald Trump, y despedirle también. Y después, contratar a Paris Hilton.